Nuestra Historia

HISTORIA Y CONTEXTO

 Antecedentes inspiradores

La Fundación Misiones de la Costa se constituyó en el año 1996 por decreto del Obispado de Osorno, con el fin de hacerse cargo de obras vinculadas a las misiones que los padres Franciscanos crearon en el siglo XVIII y gestionaron hasta fines del siglo XX, con la colaboración activa de  otras congregaciones religiosas en ambas misiones, en especial las Hermanas de la Santa Cruz, Hermanos Penitentes holandeses y Sacerdotes pertenecientes a la Orden de los Hermanos Menores Franciscanos Capuchinos. Últimamente colaboraron también las Hermanas misioneras de Boroa. (desde 2006 hasta 2014).

Las misiones en la provincia de Osorno actualmente son cuatro: Quilacahuín, San Juan de la Costa, Cuinco y Rahue. Todas ellas han sido animadas por una fuerte presencia de comunidades religiosas católicas insertas en el mundo indígena mapuche-huilliche. El propósito  que tenían era cumplir el mandato de ir a todos los pueblos a difundir el evangelio. Esta labor evangelizadora,  mediante la metodología de visita a lugares y de acercamiento a la población indígena y/o campesino, generó una gran cantidad de comunidades locales y vecinales.

 

En todas las misiones, la educación fue siempre  uno de los focos atendidos, adecuándose a las circunstancias históricas y pasando por distintas formas, superando dificultades de todo tipo, desde incendios y pestes hasta falta de financiamiento, de profesores, e incluso de agua, buscando siempre ser una educación evangelizadora, al servicio de las familias y las comunidades circundantes, para transformar y mejorar las condiciones de vida y de humanidad.

 

Es así que las misiones, más allá del ámbito educativo y religioso, han sido verdaderos polos de promoción social fomentando el desarrollo económico, social, cívico y cultural, buscando vivir desde la fe cristiana el servicio comprometido con las necesidades de los habitantes de la zona. Llegaron a ser verdaderas ciudadelas a las que convergían los dispersos pobladores, tanto a la escuela como a la parroquia, al hospital, al correo. al registro civil, al servicio social, al cementerio, a la capacitación productiva o a las necesidades de abastecimiento familiar, entre otras.

 

Hoy la Fundación Misiones de la Costa gestiona obras en tres de las cuatro misiones.  Destacan como obras fundamentales los colegios técnicos en Misión San Juan (Comuna de San Juan de la Costa) y en Misión Quilacahuín (Comuna de San Pablo), titulares de este Proyecto Educativo renovado a la luz de los cambios de la sociedad, de la Iglesia y sus misiones,  y del sistema educacional chileno.

 

 Momento actual provocador

Estos colegios, al tiempo que se reconocen herederos de esta rica tradición misionera,  se preguntan hoy: cómo poder vivir la misma pasión por extender el evangelio, cómo desarrollar la constancia, la tenacidad y el empuje desplegado por quienes nos han precedido, reconociendo al mismo tiempo los errores históricos y la progresiva complejidad de la sociedad y de la Iglesia. Así como los misioneros holandeses gestionaron la construcción de un puente sobre el río Rahue para unir a las comunidades y hacerse más vecinos y accesibles unos de otros, así nos preguntamos hoy por los puentes culturales, espirituales, humanos y económicos que queremos construir para hacernos más prójimo, más hermanos los unos de los otros.  Así como ellos no separaron nunca la educación de la evangelización ni de la promoción social, nos preguntamos hoy cómo educar dando testimonio del evangelio y de la fe comprometida con las causas humanas, especialmente de los más necesitados.

 

Reconocemos que ha cambiado fuertemente la  sociedad chilena. Nos entusiasma y nos abruma constatar algunos de estos cambios, aparejados con nuevas exigencias. Vemos grandes signos de vida: las nuevas posibilidades que nos abren las tecnologías de la información y la comunicación, la mayor conciencia de derechos y deberes de todos, la llamada que proviene de la deuda histórica hacia los más pobres y hacia los pueblos originarios, el reto de una mejor distribución de la mayor riqueza que hemos generado. Nos molesta la corrupción y la mentira, la exclusión y la segregación; ya no creemos en la guerra como solución a los conflictos, valoramos la diversidad y la posibilidad de aprender de ella, apreciamos la mayor horizontalidad en el trato con los niños y los jóvenes. Pero, nos sentimos pequeños y, a veces, inadecuados o torpes, vacilantes, deseosos de aprovechar todo lo bueno, pero incapaces, a veces, de abrir los nuevos caminos que son necesarios. Quizás nunca hayamos sentido tan al unísono la fuerza de las nuevas posibilidades y la debilidad de nuestras capacidades personales e institucionales. Ya no hay genios individuales: las grandes conquistas son comunitarias o no son. Queremos vivir con esperanza,  alegría y gratuidad en este mundo cambiante y provocador, que nos llama a trabajar colaborativamente para hacer las cosas bien,  en forma eficiente y eficaz.

 

En este marco social, vemos que las antiguas misiones han cambiado también su fisonomía social. Los servicios de salud han sido integrados a la red pública, los templos misionales son hoy templos parroquiales, que la joven diócesis de Osorno ha confiado a religiosos vicentinos y franciscanos,  el cooperativismo ha declinado, el pueblo mapuche-huilliche se relaciona de otra forma con el Estado. El mundo rural no es el mismo, las familias tienen otra estructura y otra dinámica, los niños son menos, los internados no son tan recurridos, las distancias en la sociedad globalizada se han acortado.  Ya no llegan recursos desde Europa, las religiosas han partido o disminuido, se han ido también los hermanos penitentes y otras congregaciones religiosas. Surgen así, nostalgias y lamentaciones, las que queremos cambiar por expresiones de ese espíritu misionero que es fiel, pero creativo, emprendedor y esperanzado, capaz y deseoso de encarnarse en personas nuevas, laicas y/o religiosas.

 

Este espíritu misionero que nos ha de re-encantar, lo llevamos más que nunca en vasijas de barro. La Iglesia poderosa, influyente y segura de sí misma ya no existe. Los católicos estamos perplejos y hasta entristecidos ante escándalos e imperfecciones antes ocultas o inimaginables. Las relaciones entre la jerarquía y los fieles presentan dificultades, los jóvenes parecen tomar distancia cada vez mayor, el magisterio se pone en cuestión. El clero, los religiosos y religiosas, están en disminución, muchos laicos católicos se han alejado y otros permanecen deseosos, pero pasmados. Las otras iglesias cristianas tienen también sus problemas y esperan el diálogo y la unión en torno al Evangelio de Jesucristo. Otras espiritualidades, incluida la de los pueblos originarios, han redescubierto su propia riqueza y se disponen de otra manera ante la fe cristiana, ya no como receptores pasivos u obligados, sino como hermanos de camino poseedores de un tesoro que desean recuperar, cuidar y desarrollar. Nuestra Iglesia Católica ha aprendido y sigue aprendiendo humildad y pobreza,  y sabe que desde ahí puede crecer renovada y purificada, no sin sufrimiento. Es la época en que pueden surgir sin triunfalismos los laicos cristianos, dinamizados por el Espíritu recibido en el bautismo, para dar alegre testimonio de la resurrección en el mundo real en el que viven, dialogando con otros, aprendiendo de ellos, trabajando con ellos, compartiendo espiritualidad.

 

Estos dos colegios se insertan con responsabilidad en el Sistema Educacional chileno, que también ha cambiado para bien de muchos, no sin dificultades. La sociedad chilena ha revalorizado la educación y se ha movilizado por ella. Hay una conciencia mayor de su importancia, y una demanda mayor sobre profesores, instituciones y organismos rectores, no siempre acompañada de un mayor compromiso de las familias y de los jóvenes. Después de sucesivas intervenciones y reformas, que han dado frutos tan importantes como la cobertura casi universal de 14 años de escolaridad, la ampliación de la educación superior en sus distintas modalidades,  el ordenamiento del currículum, la instalación de modelos y prácticas de mejora continua, entre otros, nos encontramos hoy en un momento en que, más allá de lo estrictamente técnico curricular, estamos enfrentando los aspectos socio – educativos y de justicia que esperaban su momento. Es así que hoy se habla de educación inclusiva, no segregada, sin fines de lucro, gratuita. Es decir, se asume la educación como un bien público y como un derecho humano, y se pide a los sostenedores comprometerse en este enfoque. La Fundación Misiones de la Costa  adhiere con entusiasmo a estos principios, y ofrece su Proyecto Educativo a las familias que lo elijan, sin costos, sin lucro, sin selección.